OCHOCIENTOS AÑOS SIRVIENDO A LA IGLESIA

(AlfayOmega.es.-) Manuel M. Bru- En el mundo de la información, también de la información religiosa, no faltan profetas de calamidades, como los llamaba San Juan XXIII. Alguno de los representantes de esa nueva corriente de desinformación alarmista y agresiva, que se esconde bajo el pretexto de defensora de la ortodoxia y más bien nostálgica de estilos eclesiales poco evangélicos, la ha tomado con los religiosos, con todos los religiosos, sobre todo con los religiosos de las grandes órdenes. Y amparándose en el único dato de la crisis de vocaciones (ya decía San Juan Pablo II que no había crisis de vocación, sino de respuestas a la vocación), se les hecha en cara haberse relajado, haber traicionado su carisma, y sobre todo, haber dejado a las clases pudientes para estar con los pobres. «¡Qué manía con los pobres!», dicen.

Pero mientras estos voceros vacuos arremeten contra los jesuitas (Papa incluido), carmelitas, franciscanos, claretianos, salesianos y dominicos, y tantos otros, y sus fobias panfletarias de las lleva el viento y nadie lee por cansinas y aburridas, resulta que los buenos dominicos cumplen nada menos que ochocientos años. Ochocientos años de servicio ininterrumpido a la Iglesia y a la humanidad, ochocientos años de fidelidad inquebrantable, ochocientos años de misiones en los ámbitos más olvidados del mundo y de creación de escuelas, universidades, y centros de investigación. Ochocientos años de santos y de mártires, ochocientos años de los que mejores doctores y predicadores llevando el habito blanco de los discípulos por el bautismo que un Papa dominico dejo como vestimenta de los siguientes sucesores de Pedro. Ochocientos años de un álbum con los rostros de Domingo de Guzmán, de Alberto Magno, de Fray Angélico, de Margarita de Hungría, de Martín de Porres, de Catalina de Siena, de Melchor de Quirós, de Raimundo de Peñafort, de Francisco Coll i Guitart, de Rosa de Lima, de Juan Álvarez de Toledo, de Juan de Colonia, de Bartolomé de las Casas, de Jerónimo Savonarola, de Luis de Granada, de Francisco de Vitoria, de Tomás de Aquino, de Vicente Ferrer.

Ochocientos años de evangelización intrépida, de evangelización dialogante, de evangelización de la cultura, de evangelización humanizadora. Ochocientos años amando con el don más sublime que puede entregarse y compartirse, el don de la fe que ennoblece la razón, el don del saber y de la sabiduría, del don de la ciencia y de la prudencia.

Solo con los dominicos y las dominicas de estos ochocientos años bastan para dibujar la visión de San Juan en el Apocalipsis de una gran multitud de vestidos de blanco y con palmas en las manos. ¡Qué ridículos los que quieren manchar con su mal aliento los hábitos blancos de ochocientos años de sabios y santos dominicos!

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