ENRIQUE SÁNCHEZ, SUPERIOR GENERAL DE LOS COMBONIANOS (ENTREVISTA)

(Zenit.-) Como buen hijo de san Daniel Comboni, primer obispo del África Central, famoso también por su frase: ¡África o muerte!, el padre Enrique Sánchez habla con claridad de los desafíos de la misión contemporánea y de los planes para su familia religiosa, la cual ha empezado a tener una importante presencia en la China.

¿Cómo puede ayudar la experiencia que han tenido en África, para la nueva evangelización de Europa?

Creo que la nueva evangelización toca a toda la Iglesia, a todos los continentes. Creo que lo que se hace en África o lo que se haga fuera, entra en este contexto de anunciar el evangelio hoy a toda la humanidad. Yo no haría esta distinción entre África y otros, para no caer en la trampa al inicio de que la nueva evangelización está destinada a una parte de la humanidad o a una parte de la Iglesia. Es una propuesta actual para toda la humanidad en cualquier continente. África tiene mucho que ofrecer en este momento, en cuanto actitudes de los pueblos africanos con respecto a la acogida del mensaje evangélico. Estos pueblos son muy sensibles a lo espiritual, a lo religioso, a la comunión, a la fraternidad, que son valores esenciales del evangelio. Y creo que la experiencia que hemos hecho por muchos años en África, puede ayudarnos a despertar en otros contextos de la humanidad esta sensibilidad que hemos podido tocar con mano, como es la apertura, la disponibilidad, la sensibilidad a lo que es Dios.

 ¿Por qué el católico europeo ha perdido esa sensibilidad de acercarse a Dios con sencillez?

Creo que es un momento de la historia de Europa. No estaría tan convencido de que haya perdido esa sensibilidad porque viendo lo que sucede en Europa nos damos cuenta de que hay un deseo, una necesidad, una búsqueda de lo de Dios; pero es una búsqueda que no se contenta con lo conocido, con lo ya visto, con lo de siempre, sino que hay una inquietud por la novedad de Dios que tiene que ser reinventada hoy con nuevos lenguajes, con nuevos símbolos, experiencias y nuevas propuestas. ¿Por qué ha perdido Europa en parte esta sensibilidad? Creo que tiene mucho que ver el ambiente consumista, hedonista, el situarse a un nivel muy superficial de la vida en donde se pretende que la felicidad consista en el tener, en el poder, en el placer. Y por otra parte nos damos cuenta que no está allí la respuesta, porque Europa tiene mucho culturalmente, económicamente, pero se ve que queda un vacío que solo Dios puede llenar.

¿Y cómo se está preparando la vida religiosa para estas nuevas estrategias que ha mencionado?

A nivel de superiores generales, especialmente a través de las asambleas generales que se hacen aquí en Roma desde hace tiempo, ha habido toda una reflexión sobre la vida religiosa en Europa y nos hemos preguntado cómo nos ven aquí nuestros contemporáneos. El año pasado hemos profundizado en este aspecto y con mucha satisfacción –de voces laicas, de gente que está más allá de nuestros ambientes eclesiales o religiosos–, hemos recibido aliento y confirmación de que la vida religiosa tiene mucho que decir, que mostrar, mucho que enseñar a la sociedad contemporánea en Europa. Hemos iniciado con esta reflexión exponiéndonos un poco, preguntándonos, preguntándoles a otros, tratando de cuestionarnos a nosotros mismos sobre lo significante o lo insignificante que somos en el contexto actual de Europa.

A finales del año pasado hemos iniciado ya una reflexión que va más orientada hacia el próximo sínodo y nos hemos preguntado cuál es el rol que nos toca jugar hoy en esta invitación que ha hecho el santo padre a relanzar en la Iglesia una propuesta de evangelización. Como institutos nos situamos en esto y seguiremos trabajando en las próximas asambleas para prepararnos al sínodo. Creo que a nivel de vida religiosa es un tema que nos toca muy de cerca, porque su objeto es anunciar, evangelizar, hacer presencia de Dios en medio de nuestros hermanos y hermanas hoy, donde se necesita de Dios.

Entonces esto exigirá cambiar algunas cosas…

Sí, creo que lo primero que hemos sentido muy fuerte es una llamada a la autenticidad, a la radicalidad, al vivir nuestra pertenencia a Dios como algo que es bello, que plenifica al ser humano. Es un reconocer que en la vocación que hemos recibido hay una llamada a la radicalidad. Resumiría esto diciendo que la vida religiosa está llamada a ser más testigos que operarios; más presencia en medio de la sociedad de hoy, y que se hable de Dios y no ser solo agentes de desarrollo o de promoción, que también es necesario pero creo que hay instituciones que lo pueden hacer. Otra cosa que siento y que se está moviendo es que todo este cuestionamiento nos lleva a preguntarnos si la vida religiosa no tiene que moverse al interior de ella misma, buscando nuevas formas, nuevos estilos y posibilidades de ser religiosos hoy. Creo que es un mundo en el que hay mucho por descubrir, por inventar.

Como superior general de los combonianos, ¿qué es lo que les está pidiendo a sus religiosos?

Veo que hay una sensibilidad muy grande a nivel de combonianos por todo lo que es una presencia más enraizada y cercana en medio de la gente; hacer la misión con medios más pobres, con estructuras menos pesadas, haciendo camino más en un estilo de acompañamiento, que de promotores, patrones o maestros, sino la misión vivida hoy como hacer camino con los otros. Eso tiene que ver con nuestro carisma porque en la conciencia misionera de Comboni era muy claro este hacer causa común, el salvar África con África, el hacer el camino con el otro dándole tiempo a que se convierta en protagonista de su propia evangelización, de su propia promoción y desarrollo. Por eso siento que hoy en nuestro instituto hay una sensibilidad fuerte, porque veo que hay hermanos con una gran disponibilidad a ir a experiencias de inserción donde se vive muy cerca a la realidad de la gente, que no necesariamente es vivir en periferias o en miserias como las que vemos en las grandes ciudades, sino estar en lugares en donde no podemos hacer mucho pero nuestra presencia es significativa. Por ejemplo en el mundo islámico, allí estamos en una realidad donde trabajamos sabiendo que no va a haber recompensas ni reconocimientos; y trabajamos porque creemos que el evangelio es capaz de transformar también desde dentro estas realidades.

Y a nivel de las provincias europeas de su congregación, ¿qué disposición ve en las comunidades?

Veo que hay mucha inquietud, mucha efervescencia dentro de las provincias y están preguntándose cuál es nuestro rol y qué tipo de presencia podemos mantener en Europa hoy como combonianos. Existe el problema del personal que desafortunadamente no somos muchos. Tenemos un grupo consistente de ancianos que están contentísimos en la misión. No tenemos una cantidad enorme de personal para destinar a un proyecto europeo de evangelización, pero veo que hay mucha sensibilidad en los grupos que están en Europa de acercarse a realidades nuevas en este contexto, por ejemplo nuestra presencia en medio de los migrantes, que sabemos que son personas que vienen de los lugares donde hemos estado o estamos como misioneros. También hay una gran sensibilidad de estar presentes en medio de los grupos que trabajan en defensa de los derechos humanos, de la justicia, la paz, la defensa de la ecología, porque es algo que tiene que mucho que ver con nuestro anuncio del evangelio. Y son los campos donde la nueva sensibilidad, la mentalidad europea permite un encuentro con el evangelio, con la Iglesia, con el cristianismo. Creo que es necesario también, y en eso estamos trabajando, ofrecer como misioneros una propuesta que tenga que ver con la experiencia espiritual, y no solamente promotores de sensibilidades nuevas, sino promotores de experiencias de Dios que al final es lo que cuenta y lo que puede hacer cambiar la realidad. Entonces una de las cosas que estoy animando en la congregación, es cómo tenemos que ser hombres de Dios presentes en esta realidad que busca a Dios. No en formas conocidas de una liturgia hecha, sino por el hecho de que como misioneros podemos entrar un poco más en profundidad y desde allí tocar el corazón del europeo de nuestro tiempo y abrirlo a la belleza del evangelio, a la felicidad verdadera que nos viene de la presencia de Jesús. Y desde allí ese cristianismo nuevo, que queremos con la nueva evangelización, puede surgir.

¿Cómo están distribuidos los combonianos actualmente, las vocaciones cómo van?

Somos poco más de 1.600 y estamos presentes en cuatro continentes. La mayoría trabajamos en África donde por tradición del instituto y por carisma estamos llamados a ser una presencia significativa allí. Como vocaciones, actualmente tenemos alrededor de 120 estudiantes de teología y algunos hermanos religiosos, aunque menos. La mayoría vienen de África, otros son de América Latina, un pequeñísimo grupo de europeos y algunos asiáticos, aunque pocos porque solo estamos en Filipinas y una presencia en Macao y en Taiwán. Esta presencia en Asia es muy importante para nosotros, sobre todo por el significado que tiene para la misión, porque allí –al igual que en el mundo árabe musulmán–, nos damos cuenta que hoy la misión tiene que hacerse con mucha humildad, escuchando, desapareciendo para aprender y descubrir la presencia de Dios donde somos enviados. Y creo que Asia nos obliga a hacer esta experiencia porque allí no podemos llegar y hacer, sino con mucha humildad entrar y ofrecer lo que somos, caminar con la gente e ir desvelando lo bello del evangelio, y dejar que Dios haga después.

¿Qué podemos aprender del pueblo asiático?

Podemos aprender mucho del respeto por el otro, de la sensibilidad por lo sagrado, por lo espiritual, por lo de Dios. Podemos aprender el sentido de la responsabilidad, el empeño, el trabajo serio. Y esa búsqueda que esos pueblos siguen teniendo de algo que está más allá de nosotros mismos.

Volviendo a África, la gran pasión de Comboni, ¿cuál es su evaluación del trabajo de los combonianos allá en los últimos cien años?

Los grandes frutos son evidentes. Hoy en África hay una Iglesia local que es muy fuerte, muy vigorosa, que es rica en muchos aspectos. Es una comunidad viva, que sabe gozar y hacer fiesta del evangelio, que disfruta el ser Iglesia y familia de Dios. Hay muchas familias religiosas que han nacido en África, hay un clero local consistente, hay conferencias episcopales. Es decir, África en los últimos 150 años ha conocido un cambio increíble y hoy es uno de los continentes, como dice el santo padre, que se perfila como un continente de grandes esperanzas. Y hay una sociedad que va haciendo un camino muy significativo de responsabilidad, de crecimiento, de apropiarse de su propia historia, vemos países que están creciendo seriamente en este campo. Hay una vitalidad que significará mucho para la Iglesia.

Los límites y las carencias que veo, es que África sigue siendo considerada como un continente que no tiene grandes derechos o que no se les reconoce. Es un espacio a explotar, donde hay muchos prejuicios en contra de su población, y hay un gran desprecio de la conciencia universal con respecto a África. También hay todos los vicios que conocemos en nuestros contextos occidentales como es la corrupción, la falta de oportunidades para los jóvenes, falta de instituciones, hay una gran precariedad de servicios en tantas partes, faltan muchas cosas. Pero yo no acentuaría solo esto; por la experiencia que he tenido en África, estoy convencido que es un continente que tiene muchísimo que dar, que nos sorprenderá a la vuelta de algunos años y del que tendremos que aprender mucho todavía.

A nivel del cristianismo, ¿qué cuesta más cuando se presenta a Jesús a la cultura africana?

Hay todo un trabajo que se tiene que realizar a través de la inculturación del evangelio, el que entra en las culturas y desde allí se pronuncia. Pero no veo grandes obstáculos, porque creo que hay una gran apertura de parte de los pueblos africanos para recibir el evangelio. Tendrá que seguir su camino como lo ha hecho en los otros continentes, eso es lo normal. El evangelio tiene que entrar en el corazón del ser humano y nos damos cuenta que no es lo mismo la sensibilidad, la experiencia, la vida de un africano que la de un latinoamericano, es decir, la diversidad en la que el evangelio está llamado a entrar es lo que hace la riqueza de nuestra humanidad.

¿Tienen abierto el proceso de canonización de algunos combonianos?

Tenemos varios hermanos y sacerdotes que han dado la vida. Diría que hay dos tipos de martirios: de los que están dando su vida día a día de manera escondida, de manera muy intensa y que no hacen noticia y de esos tenemos muchos, con ejemplos extraordinarios. Pasando por las provincias me encuentro con estos hermanos que son hombres de oración, de una gran pasión por la palabra de Dios, apasionados por la gente, disponibles, serviciales, entregados totalmente a la misión, y que no hacen ruido. Luego tenemos a otros que sí han muerto de manera violenta y de algunos se está estudiando la posibilidad de abrir las causas. Por ejemplo hay en Brasil, también en Mozambique hubo un hermano que fue asesinado. Tenemos en camino ya el proceso de un sacerdote médico, el padre Giuseppe Ambrosoli, quien es siervo de Dios y murió en Uganda, donde trabajó en un hospital fundado por él y donde consagró toda su vida, dejando un ejemplo extraordinario de pasión y de entrega misionera. Tenemos algunos otros como monseñor Antonio María Roveggio y el padre Bernardo Sartori. Hay uno que nos está diciendo mucho, que es la figura de un hermano italiano llamado Giosuè dei Cas, quien es un ejemplo de verdadera entrega y que murió leproso en Sudán. Son figuras que nos estimulan y que nos llaman a lo que tiene que ser nuestra entrega y nuestra consagración misionera hoy en el mundo.

¿Qué les diría a los misioneros que leerán esta entrevista en el mundo?

Tenemos que ser agradecidos como misioneros por este don tan bello que hemos recibido de la vocación misionera. Pienso que hoy más que nunca vale la pena ser vivida y que responde a lo que nuestro corazón busca y anhela, encontrarse con el Señor y de ser felices en este mundo. Invito a los que se asoman a la misión, a saber que esto no es algo particular, sino que lo debemos vivir como bautizados, y que no podemos echarnos para atrás ante esta responsabilidad como cristianos. Tenemos algo muy bello en nuestra manos que es el evangelio, que es el Señor, la experiencia de Dios que tenemos que anunciarla a la humanidad de hoy que la necesita.

No podemos dejar de preguntarle, como mexicano, ¿cuáles son sus expectativas del viaje del papa a México y Cuba?

En México están esperando al papa con un gran cariño como ha sido siempre. Y quizás en este momento lo que más están esperando escuchar de él es una palabra que toque los corazones de los mexicanos, sobre todo de aquellos que están ocasionando tanta violencia, dolor y muerte. El papa es la persona indicada para tocar el corazón y las vidas, para recordarnos que debemos ser promotores de la justicia, de la paz, del respeto de la vida y de los derechos de los demás. Y él lo hará y lo hará bien, porque es un hombre valiente, un hombre de Dios que no tiene miedo de decir la verdad, para que esta pueda ser reconocida por aquellos que tratan de esconderla y de no hacerle caso.

Y en Cuba es un confirmar todo el camino que la Iglesia cubana ha ido haciendo en estos años de apertura, de reconocimiento del valor que tiene como mensajera de justicia, de fraternidad y de respeto por los otros. Tendrá mucho que decir para animar a nuestros hermanos cubanos en el amor que han sido capaces de manifestar siempre con gran alegría y con entusiasmo.

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    Elisa Rodríguez 12 años

    Muy interesante esa forma de manifestar los sentimientos misioneros para sus propios paisanos.

    Ánimo, a seguir en las misión de Cristo, la del Amor

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