EL EJECUTIVO QUE DEJÓ EL IBEX 35 PARA CONVERTIRSE EN SACERDOTE JESUITA
(Abc.es.-) Es un recién casado y, como tal, se le escapan gotas de ilusión de forma involuntaria. Su «boda» con Dios se ofició hace apenas unos días, después de un proceso de divorcio meditado con la Bolsa y las energéticas, según un reportaje publicado en el El Ideal. En las bancadas, excompañeros del Ibex 35, empresarios y peces gordos de las finanzas. Alberto Nuñez, un madrileño al final de su cuarentena, antaño analista bursátil de éxito y flamante directivo de Gas Natural Fenosa, se ordenaba sacerdote jesuita para «estar más cerca de las personas y ayudar a construir un mundo más justo». En su armario, ni rastro ya de sus viejos hábitos, los trajes y las corbatas que se enfundaba cada día para acudir a su despacho con secretaria en la sede de la empresa de la mariposa amarilla, situada entonces en la Avenida de América de Madrid; o a Barajas, para coger algún vuelo rumbo a París, Londres o Nueva York y asistir a una reunión de trabajo o visitar inversores. Jornadas estancas de once o doce horas sin resquicios por las que colarse otra cosa que no fuera trabajo. Hacía dinero. Mucho. Y como «no era de los de vivir a todo trapo» –en vacaciones se perdía con su mochila en algún rincón internacional poco turístico–, ahorraba.
¿Cuánto ganaba en su última etapa como directivo?
El salario lo percibe la Compañía de Jesús. Yo no tengo dinero. Mi patrimonio sigue estando ahí, pero no puedo tocarlo y, en un tiempo, tendré que deshacerme de él. No puede haber nada a mi nombre. Es parte de mi proceso de formación como jesuita.
Ya no se rige por la ley de la oferta y la demada, y eso le hace sentirse «mucho más libre». «Paradójicamente, cuando entregas tu vida a otros y dejas de ser el protagonista, eres más tú mismo. Porque ya no son tu ego ni tus deseos los que te conducen».
Una muerte y una OPA
Pese a su extrema rigidez y voracidad, «el mundo profesional me entusiasmaba», admite. Y en su vertiginosa trayectoria bursátil, el ejecutivo iba como un tiro. Sin embargo, ahí dentro no se sentía satisfecho. «En el sector financiero todo va muy rápido y se mueve mucho dinero. Por tanto, hay muchos intereses y no siempre surge lo mejor de las personas. Yo siempre perseguía hacer un buen trabajo, pero el predominio del corto plazo, tener que cerrar los ojos y el corazón ante realidades de la vida, y no disponer de tiempo para nadie ni nada diferente a mi trabajo» comenzaron a hacer mella. «Empecé a tomar conciencia de que necesitaba cosas que no estaban en mi vida, como la fe».
Un episodio desgraciado acabaría por abonar el cambio. Su único hermano, y padre de tres niños, fallecía tras un cáncer fulminante. «Fue como si me estallara una bomba». «Lo viví como una experiencia muy fuerte. Y en medio de esa dureza, sentí una presencia muy fuerte de Dios. Lo interpreté como una llamada. El camino que llevaba no era el mío. Esa no era la vida que merecía la pena vivir».
Núñez empezó a buscar orientación en los jesuitas, la comunidad que dirige la universidad de Comillas en la que estudió. Pero las cosas aún tenían que complicarse mucho más antes de entregarse a la metamorfosis. En pleno ‘tsunami’ interno le llegaba su oferta laboral soñada, la que le ponía en bandeja el salto de las finanzas a las energéticas. Aceptó la propuesta de Gas Natural. «Ahora sé que tuve que cumplir mi sueño profesional para tener la certeza de que Dios me seguía llamando para algo distinto». Lo que no podía sospechar es que debutaría preparando el agresivo e infructuoso intento de OPA sobre Endesa, que generó un auténtico maremoto tanto en España como en la Unión Europea. Aunque «terrible», la experiencia no le desvió de su nuevo sendero. Al contrario. El ejecutivo emprendió un voluntariado en un centro psiquiátrico de San Juan de Dios, luego se matriculó en estudios nocturnos de Teología y, poco después, cerraba su chalet para mudarse al Pozo del Tío Raimundo. Allí llevó, durante dos años, una doble vida. De día, directivo en una de las diez mayores compañías del Ibex 35; de noche, compañero de un inmigrante sin papeles y de un par de jóvenes que, como él, atravesaban una «situación de discernimiento», en un modesto piso de los jesuitas, en una de las barriadas más peligrosas y denigradas de Madrid. Cuenta Núñez con humor que para no dar el cante se movía en motocicleta. Aun así, un día que le fueron a buscar al barrio en un «buen coche», una niña se le acercó y le dijo «oye, tú le das a todo, no?».
En mayo de 2009, se plantaba ante su jefe para anunciarle que se marchaba para meterse a jesuita. «Se quedaron estupefactos». Desde entonces, ha cumplido dos años de noviciado, culminado sus estudios de Filosofía, Teología y Sagradas Escrituras, y trabajado como profesor de Religión y tutor académico en un colegio mayor, un proceso que le ha permitido ahora ordenarse sacerdote. «A esta vida hay que darle pleno valor. Estamos llamados a florecer y para mí Dios es una ayuda poderosísima».
¿Sigue de reojo los movimiento de la Bolsa o se ha quitado?
Sigo más los de las empresas. Mi nueva vida no se construye quemando los hilos que la componen.
«Me gustabas más cuando eras malo», dice que le soltó una exsecretaria hace unos días en una reunión con viejo colegas.