CUANDO EL CORONAVIRUS ENTRA EN UN CONVENTO…

CUANDO EL CORONAVIRUS ENTRA EN UN CONVENTO…

Sucedió hace ahora seis meses, en el céntrico convento de las Madres Adoratrices, situado en la calle Duque de Alba. A mitad de marzo, con el país confinado por la pandemia, varias religiosas empiezan a enfermar. Como se temían, la COVID19 había entrado en la comunidad.

(www.diocesisdeavila.com.-) Auxi Rueda. Es una de esas historias que pocos conocen, pero que, en honor a quienes se fueron en silencio, merece ser contada. Sucedió hace ahora seis meses, en el céntrico convento de las Madres Adoratrices, situado en la calle Duque de Alba. A mitad de marzo, con el país confinado por la pandemia, varias religiosas empiezan a enfermar. Como se temían, la COVID19 había entrado en la comunidad.

“Nunca dejamos de agarrarnos a la fe”

En ese momento, empieza un tiempo de sufrimiento para las hermanas y quienes las cuidaban. Se decreta el cierre del convento el 28 de marzo por cuarentena y las religiosas quedan confinadas cada una en sus habitaciones, sin poder salir por las zonas comunes. “El virus se introdujo silenciosamente en nuestras vidas. Nuestra habitación fue como un sagrario, se oraba, se adoraba, y se asumía en silencio y soledad lo nuevo de cada día”, nos cuenta la superiora del convento, la Madre Antonia Novoa.
Cada día que pasaba era un nuevo palo para la congregación. El convento entero, prácticamente, estaba infectado por el virus. También las trabajadoras de la Fundación San Camilo que las atendían.
“Empezaron a enfermar una tras otra. Y a fallecer. Una tras otra. Algunas murieron en el convento. Era tremendo. Teníamos el virus dentro de la casa”. Almendra de la Puente era la responsable de estos cuidados, un servicio asistencial a todos los niveles, que comprendía desde la toma de constantes hasta la compañía, tan necesaria en aquellos momentos. Primero, aislada en el convento también. Después, en estrecho contacto, las 24 horas del día, junto a las hermanas. “Me sentía responsable de ellas. Me he esforzado todo lo que he podido”, confiesa Almendra.
Un médico asignado por la Gerencia de la Junta se comunicaba con ellas de forma telefónica para seguir la evolución de cuantas seguían convalecientes. Pero las dificultades continuaban, y hubo que reclamar protección, pues los EPIS eran escasos y las trabajadoras también enfermaban. Una situación realmente angustiosa para todas ellas.
“En medio de todo esto, nunca dejamos de agarrarnos a la fe, con la confianza de que el Señor estaba dentro de nuestras habitaciones dándonos su fuerza y ayuda. La Palabra de Dios, la Liturgia de la Horas, la Misa, el Rosario, daban fortaleza a nuestro cansancio, pero nos faltaba vigor, al ver qué pasaba una semana y otra, un mes y otro”, explica la Superiora. “Nunca olvidaremos la Semana de Santa, del 25 de marzo al 8 de abril, nos dejaron cinco hermanas, días de pasión muerte y cruz. ¡Cuántos Getsemaní escondidos en el mundo durante esta pandemia!, nuestra fe está siendo duramente azotada”.

Muchas manos ayudaron en los momentos más difíciles

Pero en todo este periplo, han contado con la ayuda de muchos de esos “santos de la puerta de al lado”. Almendra no se olvida de todo el equipo de trabajadores de la casa, que han dado lo mejor de cada uno por sacar adelante la situación. Una implicación no sólo profesional, sino principalmente personal, hasta la extenuación. Pero tampoco se olvida de las trabajadoras nuevas que tuvieron que acceder al convento para suplir a quienes enfermaban, con gran valentía e implicación. “Agradezco también al obispado todas las gestiones que hizo para ayudarnos, a la Junta por el seguimiento que tuvo con nosotras y el material que nos facilitó, a limpiezas Brillo que nos ayudó con la desinfección, a Marisol, la asistente social de la gerencia …” La lista de “gracias” es casi interminable.
También aquellos medios que el Ayuntamiento y la Junta de Castilla y León pusieron a disposición del convento, entrando tanto bomberos como la UME en varias ocasiones a desinfectar las estancias. “Y Protección Civil, que nos facilitaba todo, especialmente las medicinas” , recalca Almendra.
Una cuarentena que ha durado nada menos que 75 días, cuando por fin las PCR a las hermanas dieron negativo. Y ese 9 de junio, se abrieron por fin las puertas del convento …

En memoria de Isabel Rodríguez, Isabel Bermejo, Carmen, Anita y Ángela. Hermanas adoratrices fallecidas por COVID19

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