HISTORIA DE UNA MONJA (Ron Rolheiser)

monjasssTraemos al blog un artículo de un conocido columnista norteamericano, el P. Ron Rolheiser, OMI, que escibió esta columna con motivo del aniversario del fallecimiento de una religiosa. Es una historia sencilla y bonita, como la de tantas y tantas hermanas consagradas. La foto es meramente ilustrativa. La persona que en ella aparece no es la persona de la que habla el artículo. (Tradución: Carmelo Astiz, cmf para Ciudad Redonda)

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Cuando hablamos de un santo, tendemos a pensar sólo en alguien que ha sido canonizado oficialmente por la Iglesia; pero yo tengo unos cuantos santos patronos que no han sido canonizados formalmente…

Uno de éstos es una antigua maestra mía que murió hace cinco años. Se llamaba Shirley Christopher, monja ursulina.

Me siento muy afortunado por haberla tenido como maestra y tutora durante tres años en Bachillerato. Enseñaba Historia, Inglés, Francés y Religión, y era una maestra extraordinaria, tanto en talento como en dedicación, y me influyó más profundamente que cualquier otro maestro que durante mis estudios he encontrado en las aulas.

Ella me enseñó el contenido de sus asignaturas con admirable claridad, pero eso era sólo una parte de sus extraordinarios talentos. Nos enseñó cómo aprender, cómo estudiar, como subrayar materiales, cómo memorizar las partes del verbo francés, cómo enseñar, cómo inspirar a un estudiante, cómo entregarte a ti mismo como maestro o profesor de una forma personal y profesional, y, más importante aún, cómo fijar tu vida en lo verdaderamente importante.

Su influencia en mi vida ha sido incalculable. Al acabar bachillerato, pasé al seminario y a la universidad, después a la escuela para graduados y a la escuela para post-grado, y por fin llegué a ser maestro yo mismo. En todas las clases donde he estado desde entonces, no he encontrado a nadie que enseñara con tanta claridad como la Hª Shirley. Además, los métodos que me enseñó, desde mi noveno grado, me sirvieron muy bien en mis estudios de filosofía y en mi disertación doctoral. Hice mi trabajo de investigación, y también el esquema de mi tesis doctoral, usando su método. Hoy imparto mis clases y mi enseñanza usando su pedagogía. Conocía ella el Power Point mucho antes de que se inventara.

Sin embargo, volviendo al bachillerato, cuando me sentaba en su clase, yo era demasiado joven para darme cuenta de lo que todo esto le debía haber costado. Era simplemente mi maestra; no pensé mucho en su vida; no pensé nunca, ni un momento, en lo que esto le estaba exigiendo: Ella era una educadora muy dotada, pero estaba dedicando los años primeros e importantes de su vida a enseñar en una de las áreas rurales más aisladas de las praderas de Saskatcheswan. Nuestra escuela de bachillerato, que desapareció hace ya mucho tiempo, no era exactamente el lugar donde las carreras académicas fueran iniciadas, nutridas o descubiertas. Tuvimos acceso a su talento excepcional sólo porque era monja, consagrada a servir a los pobres, a enseñar en áreas como la nuestra.

Además, yo, como estudiante de bachillerato, apenas percibía lo que esta misión suya le hubiera costado con respecto a su vida personal, como religiosa consagrada y como mujer. ¿Qué se siente al sacrificar esposo, hijos y familia propia con el fin de hacer esto? ¿Cómo fue la experiencia de vivir dentro de los recintos estrictos de la comunidad de la vida religiosa antes del Vaticano II? ¿Cómo resulta el vivir con otras cinco o seis mujeres dentro del convento en una comunidad rural muy aislada, donde todos te tratan con respeto, que incluye también un distanciamiento radical de ti? ¿Qué se siente al acercarse a la menopausia y no tener hijos?

Como estudiante suyo, solamente comenzaba yo a percibir la complejidad de la vida y cómo aun la fe más profunda no anula tu humanidad, con todas sus fuertes necesidades, y cómo, al interior hasta de la monja más dedicada y entregada, permanece una “mujer” que cada día querría recuperar de Dios lo que ella como monja generosamente había entregado.

Costara lo que le costara, ella pagó el precio, y lo hizo sin perder nunca su bondad, amabilidad, su inteligencia, su fe, y su sentimiento profundo de que la ambición personal viene a ser secundaria ante la posibilidad de servir a otros.

Al graduarme, dejé la escuela y nunca vi de nuevo a la Hª Shirley hasta muchos años más tarde. Entonces estaba ella ya medio retirada, peinaba canas, y había cambiado su hábito religioso por un vestido sencillo laico; pero lucía maravillosamente feliz, mucho más feliz que cuando yo la había conocido como maestra. Ahora daba la imagen de una venerable anciana, una sabia, una personificación de la sabiduría, la diosa Sofía en un cuerpo algo envejecido ya. Pero irradiaba esa clase de paz que aflora cuando estamos envidiablemente por encima de la dolorosa situación de indigencia propia de los años jóvenes. Era célibe, monja, lo bastante entrada en edad ahora como para poder tener sus propios nietos, pero, aun sin ellos, transparentaba una mujer plenamente realizada, feliz, sin necesidad de reafirmar nada con su vida.

La visité de nuevo algunos meses antes de su muerte, cuando estaba ya bajo cuidados paliativos. Le confidencié lo que ella había significado para mí y le agradecí su entrega y dedicación. Y ella permanecía siempre como la maestra con la que había yo estudiado cuarenta años atrás: graciosa y amable, profesional, entregada, humilde: “Hice justamente lo mejor que supe”.

Cuando los militares en El Salvador amenazaron de muerte al arzobispo Romero, él respondió: “Si me matáis a mí, resucitaré en el pueblo salvadoreño”. La Hª Shirley Christopher, religiosa ursulina, murió el 19 de noviembre del 2004, pero sigue viva todavía en muchos de nosotros, sus antiguos alumnos, que fuimos bendecidos y afortunados por haber tenido a una maestra tan dotada y tan generosa. Ella sigue viva todavía.

Extraido de : Ciudad Redonda.

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