LA JORNADA DE LA VIDA CONSAGRADA. REFLEXIÓN (José Felix Valderrábano, CMF)

La Jornada de la Vida consagrada (2 de febrero), instituida por el Papa Juan Pablo II en 1997 tiene una triple finalidad: alabar y dar gracias al Señor por el gran don que supone para la Iglesia la vida consagrada; promover en el pueblo de Dios su conocimiento y estima, e invitar a los consagrados y consagradas a celebrar juntos las maravillas que el Señor ha realizado en ellos. 

Cuando hablamos de vida consagrada nos referimos a la vida monástica, a las Órdenes y Congregaciones religiosas, a las Sociedades de vida apostólica, a las personas consagradas en Institutos Seculares, a las vírgenes y eremitas y a las nuevas formas que van surgiendo. Aun dentro de esta grande diversidad, cada institución tiene su propia fisonomía y un estilo peculiar de vida; le influyen los problemas y situaciones características de cada zona geográfica, las diversas culturas, el ambiente en que se desenvuelve, e incluso su propia historia y tradiciones. Por eso es difícil y arriesgado hablar en general de la vida consagrada.

Puede ser que esta Jornada ayude a algunos a ir un poco más allá de lo aparente, a valorar la vida consagrada no sólo por su actividad o la utilidad social que comporta, sino a reconocer en ella un don de Dios a su Iglesia y a la humanidad entera. No es infrecuente que se nos pregunte “¿a qué os dedicáis vosotros?” como si la vida consagrada tuviera valor por sus actividades más que por su mismo ser. Seguramente quien expresa un juicio sobre la vida consagrada no lo hace desde lo que ella es por voluntad de Dios, sino a partir de su actitud religiosa, de su fe, de su sentido eclesial o del conocimiento personal que tiene de los consagrados, de su ejemplaridad o de su buen o mal hacer.

Los consagrados son personas de carne y hueso, sometidos también a la tentación y al pecado, que han sido tocados por la gracia de Dios, se han sentido fascinados por Jesús, y que pretenden dar la primacía a Dios y a los valores eternos sobre cualquier otra cosa, que creen que vale la pena seguir a Jesús, entregándose desinteresadamente y de por vida a la salvación de los hombres, que desean mostrar el verdadero rostro amable de Dios, la presencia amiga de Dios, invisible pero real.

Para nosotros los consagrados esta Jornada es ante todo una llamada del Espíritu a reavivar la experiencia de la propia vocación y a fortalecer el sentido de nuestra misión en la Iglesia y en el mundo. El Espíritu nos llama de muy diversas maneras a vivir y expresar el don que hemos recibido. No lo podemos hacer con moldes viejos ya caducados, no podemos repetir fórmulas que no significan nada para el hombre de hoy, que no expresan los valores del Evangelio ni transmiten la bondad de Dios y su pasión por el hombre en la situación actual de nuestro mundo.

Una de las principales preocupaciones de muchos Institutos de vida consagrada en estos momentos es cómo situarse en el mundo de hoy. Varias Congregaciones religiosas han querido abordar últimamente el tema de su “identidad”, no porque consideren necesario definirla, sino porque se preguntan como vivirla hoy. Queremos ser fieles a la llamada de Dios, sabemos lo que tenemos que ser, pero nos preguntamos cómo vivir hoy nuestra vocación consagrada para que realmente cumpla su misión, sin caer en fundamentalismos ni liberalismos. Queremos tomar en serio la invitación de Juan Pablo II a la “fidelidad creativa” que nos hacía en la Encíclica “Vita consecrata”, porque no puede ser de otro modo.

Estamos viviendo en una sociedad que vive unos profundos cambios, en la que se cotizan unos valores que nada tienen que ver, no ya sólo con la vida consagrada, sino con el cristianismo. Vivimos en una sociedad en la que se destierra del ámbito social la dimensión religiosa del hombre y se la relega al ámbito privado, o incluso se la niega de hecho. Por eso sentimos que Dios nos llama a defender la vida y a promoverla desde su concepción frente tantas amenazas y violaciones. Sentimos que Dios nos llama a prestar una gran atención a la familia y a educar las nuevas generaciones en el respeto a la persona humana y en los valores del Evangelio; a promover el bien común y a optar por los pobres y excluidos de la sociedad, víctimas de la injusticia o del afán de poder de algunos. Sentimos que Dios nos llama a responder a las necesidades de los inmigrantes y desplazados. No podemos permanecer indiferentes, como indicaba el Papa en uno de sus últimos mensajes para la Jornada de la Paz, “ante los problemas que se derivan de fenómenos como el cambio climático, la desertificación, la pérdida de la biodiversidad, el aumento de sucesos naturales extremos, y la deforestación”. Sentimos sobre todo la ausencia de Dios en nuestro mundo, el rechazo de Dios en tantos corazones, el desconocimiento de su Palabra de salvación. ¿Cómo no vamos a sentirnos urgidos a dar testimonio de Dios, a predicar su Palabra y a dar la vida como lo hizo Jesús, cuando El es el centro de nuestra vida y hemos dado la vida por El?

Lamentablemente, el contexto cultural de increencia o de indiferencia religiosa también nos afecta a nosotros los consagrados. Todos estamos expuestos a ceder al cansancio, a la acomodación y al vivir contracorriente; ciertamente nos afecta el bajo número de vocaciones, sobre todo en zonas de larga tradición cristiana; también la falta de visibilidad de frutos o de reconocimiento a nuestra forma de vida.

Los Institutos de vida consagrada, orientados por el Magisterio de la Iglesia, buscan, disciernen prioridades, adoptan decisiones para fortalecer la dimensión teologal, la vida espiritual de sus miembros, centrada en Cristo, alimentada por su Palabra y la eucaristía; para trasparentar el valor de la comunión a través de una vida comunitaria siempre más intercultural, y para suscitar una respuesta en los jóvenes que Dios llama y acogerlos; para encontrar nuevas propuestas pastorales que nos ayuden a responder más creativamente a las necesidades y desafíos que la evangelización presenta en los diferentes contextos.

A pesar de nuestras debilidades, la vida consagrada es una realidad viva por gracia de Dios, y por la fe y la entrega de tantos consagrados. Admiramos los gestos heroicos de consagrados que dan su vida por los hermanos, que están presentes en lugares peligrosos y permanecen en ellos junto a los más pobres e indefensos aun a riesgo de su propia vida; lo hemos visto en muchos lugares. Nada de eso se improvisa: llegar hasta este extremo no es fruto de una generosidad impensada o repentina, sino fruto de una decisión preparada y madurada en la entrega silenciosa de cada día, sostenida por la fe y el amor a Jesucristo.

Por eso debemos celebrar las maravillas que Dios está haciendo en nosotros. El Señor no nos dejar dormir en los laureles de nuestro pasado ni recrearnos en nuestra historia, sino que nos sigue llamando a seguir construyendo nuestra historia, a hacer realidad el sueño, el deseo de Jesús: que todos conozcan y amen a Dios, que todos seamos uno con Él y con el Padre.

En este empeño no estamos solos. Contamos con la gracia del Señor, la intercesión de la Virgen María y de nuestros Fundadores; nos anima el ejemplo de nuestros santos, de nuestros mártires y de todos los que nos han precedido. Y ciertamente contamos con la oración y el estímulo de toda la Iglesia, Pastores y laicos, para ser lo que Dios quiere de nosotros.

JoséFelix Valderrábano, CMF

Secretario General

Misioneros Claretianos

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