En la XIV Jornada Mundial de la Vida Consagrada (Reflexión)

semana_36_chitLa Jornada Mundial de la Vida Consagrada llama un año más a nuestras puertas. Juan Pablo II instituyó esta celebración en 1997 y la confió a la protección maternal de María. Lo hizo con una triple intención. Primeramente, para “dar gracias a Dios por el don de la vida consagrada” en la Iglesia. En segundo lugar, para “ayudar a toda la Iglesia a valorar cada vez más” el testimonio de quienes han elegido seguir a Cristo así y promover en el pueblo de Dios “el conocimiento y la estima” de esta forma de vida. Y, en tercer lugar, para que las personas consagradas celebren este día como una “ocasión propicia para renovar el compromiso de su consagración”. ¡Cuánto amó Juan Pablo II a la vida Consagrada!No quisiera ser autocomplaciente ni arrogante ante esta celebración que los consagrados vivimos con alegría. La vida consagrada no puede dejar nunca de vivir en tensión permanente su propia conversión. No somos ángeles. Reconocemos que no somos tan santos como lo que estamos llamados a ser. Confesamos nuestra debilidad y nuestro pecado. Quizá nuestra debilidad sea nuestra grandeza. Con todo, ahí estamos, desde hace más de dos mil años, fieles a la Iglesia y al Evangelio del que nos gustaría ser, cada día más, una “exégesis viviente” (Benedicto XVI). Intentamos vivir ese ideal lo mejor que sabemos y podemos. Al calor de la Palabra, con la gracia de Dios y el aliento de aquellos que nos estiman y nos quieren alcanzaremos, sin duda, cotas mayores de santidad. Disculpadme si se me desliza cierto orgullo (me gustaría que éste fuera sano) al mirar esta historia viva de fidelidad que sigue dando tan buenos frutos de santidad al mundo y a la Iglesia.

Amar la vida consagrada es amar a la Iglesia. Y viceversa. Así nos lo ha enseñado la historia vivida y la tradición. Por eso, me cuesta comprender que haya quienes -desde dentro de la Iglesia- parecen no estimar y no conocer la vida consagrada. Entre ellos hay laicos, sacerdotes e incluso obispos y cardenales. Algunos viven mirándola siempre a través del cristal oscuro, haciéndola de menos, fijándose más en sus defectos (¡los tiene bien grandes!) que en sus virtudes. No son pocos los que están siempre prontos para corregirla (casi nunca fraternalmente) o para querer domesticarla, y cuentan sus bajas regodeándose, viéndolas como si fuera la prueba de su fracaso. Los hay incluso que inciden en enfrentarla a los pastores de la Iglesia, al clero secular o a otras formas de vida cristiana. En el fondo, esta falta de estima denota una gran falta de fe.

Cuando se habla de secularización interna de la Iglesia, yo miro hacia ellos, hacia aquellos que creen que somos nosotros y no Él quien construye la casa. Ruego para que tengan más visión aquellos que creen encontrar en otros (¡quizá jornaleros de última hora!) soluciones de via rápida a todos los males de la institución eclesial o de la evangelización, saltándose con cuatro comentarios o juicios sumarios, desencarnados y sin perspectiva, el respeto debido a aquellas personas consagradas venerables que hoy peinan canas por amor a la Iglesia y al Dios de Jesús; a aquellos que portan en su cuerpo las marcas de Jesús: marcas de santidad y fidelidad probada. ¡Pobres de aquellos que creen que la Iglesia y su misión dependen más de sus miembros que del Señor de la historia!

Cualquiera que mire desapasionadamente la vida consagrada cae en la cuenta de algo evidente: la presencia de la vida consagrada y su mera existencia durante siglos es su carta de presentación, su más evidente justificación. No necesita otra. Es una verdad patente y objetiva: ahí hemos estado, seguimos y, si Dios quiere, seguiremos transmitiendo esperanza y siendo un signo de la trascendencia que habita el mundo. Un signo humilde de la presencia de Dios entre los hombres. Somos –alguien lo ha dicho–, como aquellos que esperan, de pie, en la parada del autobús. Nuestra presencia hace casi innecesaria la pregunta. Todos intuyen que si estamos ahí de pie es porque el autobús pasará. Somos, pues, un signo –quizá frágil, pequeño e imperfecto– de que Dios está entre nosotros y es capaz de dar sentido a la vida humana. Un signo de esperanza en un mundo en el que la crisis atenaza y acongoja el corazón humano. No temáis –decimos al mundo– el autobús llegará. El Señor cumplirá sus promesas.

En medio de una sociedad cada vez más secularizada, nuestra presencia significa una apuesta clara y sin equívocos por la fidelidad a Dios y a la humanidad. En lo que hacemos, sí; pero, sobre todo, por lo que somos. La Iglesia lo sabe y por eso quiere celebrarlo y reza con nosotros. Juan Pablo II al instituir esta jornada tomó las mismas palabras que Santa Teresa: “¿Qué sería del mundo sin los religiosos?”. Me gustaría poder decir que sin ellos, en el mundo habría menos luz. Quisiera creerlo así. Me siento feliz de renovar hoy mi compromiso porque esto sea así. Aun con temor y temblor, me atrevo a decir con todas las personas consagradas del mundo que sentimos una vivísima pasión por Cristo y por la humanidad. Celebremoslo, hermanos y hermanas, unidos a nuestros pastores y a nuestro Papa Benedicto XVI. Con toda seguridad, de sus labios oiremos, una vez más, su agradecimiento sincero por nuestro débil pero fuerte testimonio de gratuidad, verdadero servicio que realizamos en el pueblo de Dios, al servicio de toda la humanidad.

Fernando Prado Ayuso, cmf

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    MÓNICA SAURA ROMERO 14 años

    ME LLAMO MÓNICA SAURA ROMERO Y SOY UNA JOVEN CRISTIANA Y CATÓLICA Y SOY MUY RELIGIOSA Y ESPIRITUAL.
    DESEO BUSCAR Y ENCONTRAR A «SACERDOTES CRISTIANOS Y CATÓLICOS» QUE ESTÉN MUY INICIADOS Y MUY BIEN PREPARADOS EN LA «VIDA CONSAGRADA» Y QUE SEAN MUY «RELIGIOSOS Y ESPIRITUALES» PARA PODER HACER GRAN AMISTAD CON ELLOS Y PARA PODERME COMUNICAR CON ELLOS BIEN POR CORREO ELECTRONICO O BIEN POR CORREO POSTAL.
    MIS DIRECCIONES DE CORREO ELECTRONICO SON monicasauraromero@gmail.com Y monicasaura1970@yahoo.es Y MI DIRECCIÓN DE CORREO POSTAL ES CALLE MENDIZABAL NUMERO 11 PISO 7 PUERTA 25 ALMANSA ( ALBACETE) C.P. 02640.
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