P. ELIAS ROYÓN: PENTECOSTÉS, LA GRAN FIESTA DE LA COMUNIÓN ECLESIAL

royon3IVICON.- El presidente de la Confer, Elías Royón, ha publicado un mensaje con motivo de la festividad de Pentecostés que se celebra el próximo domingo, 23 de mayo. En el mensaje, se destaca la importancia de esta fiesta en la Iglesia, como fuente y revelación de su comunión.

Además, hace un llamamiento a la vida religiosa para, desde el don recibido, robustecer y profundizar las mutuas relaciones con nuestros Pastores y con otros grupos y movimientos eclesiales.

Queridos hermanos y hermanas:

En la víspera de Pentecostés deseo enviaros desde CONFER mi saludo más cordial y el deseo de que esta celebración litúrgica nos inunde del Espíritu del Señor Resucitado. Jesucristo cumple su promesa: no nos deja huérfanos y nos envía su Espíritu. Es el Espíritu que nos enseña el misterio de la Palabra encarnada y su misión, el Espíritu que nos guiará a la verdad completa, el Espíritu que nos hace proclamar con libertad la Buena Noticia de Jesús a través del testimonio de nuestras vidas en este mundo. Se trata del Espíritu que devuelve la vida a la tierra sedienta, que vivifica los huesos secos y dispersos, que nos abre a la esperanza.

La vida consagrada es uno de estos dones del Espíritu. Así la describió Juan Pablo II: como «un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu» (VC 1), «un don precioso y necesario también para el presente y futuro del Pueblo de Dios» (VC 3). Pentecostés es un momento propicio para agradecer ese don, para dejarnos invadir por la esperanza que suscita y para sentir la responsabilidad que comporta mantenerlo vivo como un fuego que enciende otros fuegos. Llenos de este Espíritu, seremos presencia activa y carismática en la Iglesia y para la Iglesia, nos encontraremos «en el corazón mismo de la Iglesia como elemento decisivo para su misión» (VC 3).

Pentecostés es la fiesta eclesial por excelencia, porque es la fuente y la revelación de su comunión. Todos perseveraban en la oración, junto con María, la Madre de Jesús. Ni la diversidad de lenguas, ni las diferencias de razas y culturas impiden escuchar y comprender la palabra de Pedro anunciando las maravillas de Dios. La Iglesia crecía y se multiplicaba; sus miembros tenían un mismo corazón y un mismo espíritu; todo lo tenían en común; nadie pasaba necesidad; vivían con alegría y sencillez de corazón. A los inicios se realiza entonces el gran deseo de Jesús de «que sean uno» y se amen «los unos a los otros». El paso del tiempo oscurecerá aquel comienzo. Sin embargo, recuperar justamente la comunión de los orígenes es un desafío constante para todos los que formamos la Iglesia. No podemos renunciar a ello, «si queremos responder a las profundas esperanzas del mundo» (NMI 43). La comunión que brotó en Pentecostés está vinculada a la credibilidad misionera de la Iglesia en medio de un mundo que sólo escucha palabras hechas vida. No es extraño, por eso, que Juan Pablo II nos encomendara a la vida consagrada la particular tarea de «fomentar la espiritualidad de la comunión ante todo en el interior de nuestras comunidades y además en el comunidad eclesial misma» (VC 51).

Como religiosos y religiosas, nuestra respuesta al don recibido del Espíritu pasa por el compromiso de contribuir, en lo que esté de nuestra parte, a robustecer y profundizar las mutuas relaciones con nuestros Pastores, y con otros grupos y movimientos eclesiales. Nos anima a ello el Espíritu que convoca a la confianza fraterna, a la acogida mutua, al respeto y a la valoración de la riqueza de los demás carismas. Esa riqueza revela la belleza y la fortaleza evangelizadora de la unidad en la diversidad de la comunión eclesial. He ahí la prueba de cómo en Pentecostés la diversidad destructora de Babel se convirtió en la diversidad vivificante del cuerpo edificado de la Iglesia.

Dejémonos invadir por la palabra que dirige Jesús a la samaritana -«Si conocieras el don de Dios…»- y abramos nuestros corazones al tesoro que se nos ha concedido: la llamada a dejarnos seducir por el Señor, a ser configurados como pobres y humildes a su imagen y semejanza, a ser introducidos en el misterio de su Persona y su misión para que el mundo crea, a ser signos de que es posible «una comunión capaz de poner en armonía la diversidad» (VC 51).

Fiesta de Pentecostés

Elías Royón, S.J.

Presidente de CONFER

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