Hno. Aloise de Taizé (Meditación de Pascua)

paques-360EL Evangelio de Pascua nos habla de una mujer, Maria Magalena, que llora, llena de desconcierto, como si la muerte de Jesús hubiera sellado el fracaso de todas sus esperanzas. Sin embargo, mientras que, por miedo, los apóstoles de Jesús se han encerrado, ella va a la tumba. Este gesto expresa no solamente su duelo, sino también una espera, por muy confusa que ella esté . Es la espera de un amor, que ningún sufrimiento por grande que sea puede hacer desaparecer por completo.

Entonces Jesús, el Resucitado, viene hacia ella. Ocurre de una manera completamente inesperada, no triunfalmente, sino tan humildemente que ella no le reconoce, ella le toma por el jardinero.

Y Jesús la llama por su nombre, « María », esto va a cambiarlo todo. María reconoce en su corazón la voz de Jesús. Ella se vuelve hacia él y le llama a su vez : « Rabbuní, Señor. » Una vida nueva comienza en ella , tiene confianza en que Jesús está cerca , aunque su presencia sea en adelante diferente. Luego el Resucitado la envia: « Vete donde mis hermanos y diles que ¡he resucitado! » Su vida recibe un sentido nuevo, ella tiene una tarea que cumplir.

También nosotros, somos como María Magdalena junto a la tumba. Como en ella, hay en nosotros una espera, con frecuencia, cuestiones que no están resueltas. La espera, la experimentamos a veces como una carencia o un vacio. La manifestamos quizá mediante un grito de angustia o sin palabras, con un simple suspiro. Desde ahí nuestro ser comienza a abrirse a Dios. Es la espera, aunque confusa, de una comunión, que nos ha hecho vivir ya de la confianza en Dios.

Entonces Cristo nos llama por nuestro propio nombre. Él conoce a cada una, a cada uno de nosotros personalmente. Nos dice: « Vete a mis hermanos y mis hermanas, diles que he resucitado. Transmite mi amor con tu vida». Nuestro mundo, donde tantas personas están desorientadas, necesita mujeres y hombres que se arriesguen a avanzar por el camino de la fe y del amor. Y el valor de María Magdalena nos inspira. Ella, una mujer completamente sola, se atreve a ir a los apóstoles de Jesús a decirles lo increible : «¡Cristo ha resucitado ! » Ella sabe transmitir con su vida el amor de Dios.

Cada una, cada uno de nosotros puede comunicar esta confianza en Cristo. Y ocurre algo sorprendente : es al transmitir el misterio de la resurrección de Cristo cuando lo vamos comprendiendo. Así, este misterio llega a ser aún más central en nuestra existencia, él puede transformar nuestra vida.

¿Pero cómo expresar este misterio? Para los discípulos de Jesús, su resurrección ha sido un novedad tal que las palabras les faltan. Y sin embargo, se atreven a buscar el modo de comunicar lo indecible: Cristo ha amado y ha perdonado hasta el extremo, él es el cordero de Dios que quita los pecados del mundo, su amor ha sido más fuerte que la muerte, él ha roto el círculo infernal de la violencia, ha resucitado, por el Espíritu Santo él está presente. Ahí está la fuente de una esperanza más allá de toda esperanza.

Al final de la primera carta que dirige a los creyentes de Corinto, Pablo habla de la resurrección. Para ello se vale de las palabras de los que han creido antes de él : « Os transmití lo que a mi vez recibí : que Cristo murió por nuestros pecados , según las Escritura ; que fue sepultado , que resucitó al tercer día, según las Escrituras ; que se apareció a Cefas, luego a los Doce. » (1 Cor 15, 3-5) Al igual que Pablo, nosotros podemos apoyarnos en la fe de los cristianos que nos han precedido. Solos es difícil creer en la resurrección. Es cuando hacemos la experiencia de la comunión de todos los cristianos, de toda la Iglesia, que nuestra fe se agranda.

¿Cómo renovar en nuestra vida diaria esta comunión personal con el Resucitado, siempre presente ? Cuando leemos una palabra del Evangelio, es con él con quien nos encontramos. En la Eucarístia, es el don de su vida lo que recibimos. Cuando nos reunimos en su nombre él está en medio de nosotros. Y existe ese camino maravilloso por la cual viene hacia nosotros : él está presente en aquellos que nos han sido confiados, sobre todo en los que son más pobres. Él mismo dijo: « Tuve hambre, y me disteis de comer ; era forastero y me acogisteis. » (Mat 25, 35)

Un día, visite a los hermanos de nuestra comunidad que viven en el nordeste de Brasil. Desde hace años comparten la vida de una barriada muy pobre. Ellos acogen a niños y a jóvenes, entre ellos, sordomudos y ciegos. Uno de estos jóvenes captó mi atención: era ciego y su rostro estaba completamente desfigurado , hasta el punto que era difícil mirarle mucho tiempo seguido. De repente con voz firme este ciego cantó : « ¡Yo veo a Dios ! Veo a Dios en la risa de un niño. Veo a Dios en el ruido de la olas del mar. Veo a Dios en la mano que da al pobre … » Su canto estaba lleno de vida y esperanza, era como un canto de resurrección.

Hoy en día, cada vez son más numerosos los que encuentra dificultades para creer en la resurrección. Creer en Cristo, creer en su presencia en el mundo, incluso si es invisible ; creer que, por el Espíritu Santo, él habita en nuestros corazones, éste es el riesgo al que la fiesta de Pascua nos invita. Atrevernos a apoyarnos en esta presencia. Entonces la resurrección de Cristo da un sentido nuevo a nuestra vida, y enciende también una esperanza para el mundo.

Esta esperanza, es creativa. Sin ella, el desaliento se convierte en una auténtica tentación para muchos. Este puede afectar a nuestras relaciones personales; puede provocar una resignación ante nuestro futuro, el futuro del mundo e incluso de toda la creación.

Ante el sufrimiento, la violencia, la explotación, el Evangelio hace correr la fuente de una esperanza nueva. No dejemos que quede cubierta por la arena. ¿Nos dejaremos tocar por la presencia del Resucitado que está junto a cada una y cada uno de nosotros?

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    javier banqueri ozáez 15 años

    esta precioso

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