MONS. JUAN DEL RIO: «LA VIDA RELIGIOSA, SIGNO DE CONTRADICCIÓN»

El pasado 2 de febrero la Iglesia celebró la festividad de la Presentación de Jesús en el Templo, en esa fecha tiene lugar la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Durante esta semana, se han celebrados encuentros a diversos niveles, donde el pueblo de Dios y los pastores han podido percibir que los religiosos “no tienen los días contados”, como piensan los instalados en el pesimismo contagioso.
Lema de este año ha sido: Jóvenes consagrados, un reto para el mundo. Firmes den la fe (Col 2,7) Este slogan nos recuerda que siguen habiendo una juventud que se interroga sobre su vida y la ofrece al Señor por la salvación de los hombres, esto será un signo contradicción para un mundo que ha perdido el sentido de la donación y oblación por Dios y los demás. Por otra parte, nos recuerda la próxima Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) con Benedicto XVI en Madrid, cuyos encuentros a lo largo de estas tres décadas ha significado, entre otras cosas, un semillero de vocaciones en la Iglesia Católica.
“Firmes en la fe” es estar edificado sobre la roca de Cristo, es crecer en “tierra buena”, donde el buen labrador, Jesús, nos alimenta y sostiene. La vida religiosa en todas sus formas tiene estrecha relación con la Palabra de Dios, detrás de una monja, fraile, religiosa, religioso, consagrado está un dicho o hecho de Jesús que cautivó a ese fundador y dio como consecuencia el nacimiento de una nueva familia de consagrados para el bien de la edificación de la Iglesia y de su misión evangelizadora en el mundo.
La Vida Consagrada en sus dos modalidades: contemplativa y activa son los dos pulmones de toda comunidad eclesial. Su presencia entre los hombres representa la geografía de la oración, del apostolado, de la caridad. Todo ello vivido según los consejos evangélicos en fraternidad cristiana, sometidos a sus propios superiores y en comunión con los sucesores de los apóstoles. La Iglesia no puede prescindir de este gran tesoro de fidelidad a Dios y de servicio a los más necesitados. El pueblo cristiano actual ha de despertar de su adormecimiento y tomar mayor conciencia de cooperación con la pastoral vocacional, a fin de que ningún sector se desentienda de la necesidad urgente de que haya hombres y mujeres que se consagren por vida para extender el Reino de Dios y su Justicia (cf. Mt 6,33).
Entrar hoy en “religión”, como se decía antiguamente, es remar contra corriente. Es para gente muy centrada en lo esencial de la fe, que no desea someterse al pensamiento único, que no se conforma con el hedonismo placentero dominante, que tienen muy claro que los pobres no son artículos de modas ideológicas, que han descubierto a la Iglesia como el mayor espacio de libertad personal y comunitario, que se han enamorado apasionadamente de la forma de vivir el Evangelio de un fundador. Ser religioso o religiosa, es optar por una forma de vida que no se cotiza, que no tiene aplausos, en el que no hay seguridades. Sin embargo, es la manera más bella de vivir la vida “escondida en Cristo” (Col 3,3), de ser “sal y luz del mundo” (Mt 5,13-16), de encarnar el espíritu de las Bienaventuranzas.
Al inicio del nuevo milenio el clima social y cultural es muy adverso tanto a la Vida Consagrada como al ministerio sacerdotal. Hay que alejar esa idea de que los curas, frailes y monjas son “especie en vía de extinción”. Dios no abandona a su Iglesia y cuando parece agotarse las aguas del pozo eclesial de Europa, surgen abundantes vocaciones en países de otros continentes.
Cuando un carisma se apaga, brotan otras formas de vida consagrada. Pero aún entre nosotros, hay jóvenes que con la gracia de Dios rompen con los esquemas establecidos y entran en una orden, congregación o instituto secular. Si comparamos la generosidad y otros elementos de la familia de ahora y aquellas de prole numerosas de hace unas décadas, veríamos que las proporciones y los números nos hablan de otra realidad. Todavía hay madres y padres cristianos que se alegran cuando una hija o hijo se van un a convento o a misiones. ¡No está tan seco el hontanar de nuestras comunidades cristianas!
Podemos estar tan obsesionados por el número y la suplencia en los diversos servicios y no dar gracias al Señor por ese gran testimonio de fidelidad que hoy representan tantos y tantas religiosos que mueren sin “haber puesto la mano en el arado y mirado atrás” (Lc 9,62). El gran ejemplo de humildad y anonadamiento que en estos momentos supone aceptar la realidad que Dios nos envía y tener que cerrar casas y reestructurar las provincias. Y por último, los testimonios del servicio a los pobres, ancianos, enfermos, niños, y jóvenes, cuando el otoño de la existencia toca a retirada, ellos y ellas están allí hasta que llegue la “hermana muerte”, que en no pocos casos tienen el nombre de martirio.

7/02/2011

+ Juan del Río Martín
Arzobispo Castrense

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